hacía referencia a la necesidad de hacer compatible el sistema económico con el sistema social y ecológico. Hablaba de lo imperativo que resulta en este tiempo de calentamiento global, el fortalecimiento de las relaciones economía vs. desarrollo mundial y personas vs. naturaleza, permitiendo que esta última deje de ser "pieza de mercado" y recobre el valor que tiene para la existencia de los hombres.Dichos apuntes van directo a un tema que se ha venido tratando de tiempo atrás: el renombrado "Protocolo de Kyoto" y demás mecanismos creados en el marco de las Naciones Unidas como reacción al cambio climático y en pro de una reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero.Este Protocolo, ratificado por 166 países, se ha convertido en moda, preocupación y directriz, en ministerios e instituciones. El mismo incluye disposiciones complementarias a la reducción de aquellos fluidos que hacen más caliente la tierra, tales como: el comercio de emisiones, el establecimiento de mecanismos para el desarrollo limpio y la aplicación conjunta de programas por parte de naciones industrializadas.El Comercio de Emisiones es una compraventa de emisiones de gases efecto invernadero entre países que tengan objetivos establecidos en el Protocolo. Así, los que disminuyen sus emisiones más allá de lo pactado, pueden vender los certificados de emisiones de excedentes a los países que no hayan alcanzado a cumplir con sus metas de reducción. Por su parte, el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), permite que países o empresas de países industrializados inviertan en proyectos de comprobada reducción de emisiones en naciones en desarrollo, recibiendo a cambio certificados que les servirán como suplemento ante la falta de reducciones internas. Y mediante la Aplicación Conjunta, un país industrializado invierte en otro país industrializado en la ejecución de un proyecto encaminado a reducir las emisiones de gases.Hasta ahí todo pareciera beneficios. No obstante, y por fortuna diría yo, son cada vez más altas las voces que claman por una solución verdadera que resuelva de manera significativa la situación que vivimos como producto de la contaminación ambiental. Si bien cada país ha venido trabajando en el cumplimiento de sus compromisos, solo unos pocos han establecido sus metas en términos de reducción, en tanto la mayoría de naciones industrializadas y grandes contaminantes se han sumado a la iniciativa a través de la compra de bonos. Esto ha llevado a muchos a pensar en el comercio de emisiones como una manera terrible e ineficiente de enfrentar uno de los grandes problemas que aquejan la calidad de vida, el bienestar y el progreso de las comunidades.Y es que es evidente que el comercio de derechos de emisión no reduce por sí mismo la presencia de gases contaminantes en la atmósfera. Por el contrario, diluye la obligación de los países industrializados de aportar a la construcción de un mejor entorno para todos. No estimula la inversión en tecnología verde, ni la adopción de procesos productivos limpios por parte de los responsables de esta situación. Una tarea que, de ser asumida por los países industrializados, se haría, a mi modo de ver, más eficiente y rápida.Todo ello, en tanto las comunidades eco-amigables permanecen olvidadas, padeciendo los efectos de quienes no desean detener ahora mismo el deterioro del planeta. Porque hay que decirlo: lo que se hace allá, repercute acá, sin importar que Colombia sea una potencia mundial en biodiversidad y una de las naciones con los más bajos índices de emisión de gases efecto invernadero. Con todo esto, no quiero desconocer lo meritorio que ha sido para Colombia y terceros países, el haber acogido el Protocolo de Kyoto. En nuestro caso, ha servido para dar marcha a proyectos de MDL y ha jalonado una cultura pro-ambientalista con beneficios para el ecosistema y los seres vivos en general.Sin embargo, esto no alcanza a mitigar el impacto del cambio climático global en el ecosistema, siendo necesario asegurarnos de que quien invierta aquí, disminuya en la misma proporción el impacto de sus actividades productivas en su propio país. De lo contrario, estaríamos incentivando el "NO COMPROMISO" de los países más ricos, responsables principales del calentamiento, a costa de las naciones menos desarrolladas que, paradójicamente, aunque contribuyen marginalmente al deterioro del entorno, padecerán las peores consecuencias. Porque no es justo que, haciendo una mayor contribución al supuesto "equilibrio" del planeta, los países en desarrollo sacrifiquen el derecho a su propia evolución. Desequilibrado. ¿No les parece?
jueves, agosto 07, 2008
GRUPO 146 - COMERCIO VERDE
(Elaborar un mapa conceptual de este artículo aplicado a la Gerencia Pública, para entregar el sabado 16 de agosto; este atrtículo fue estractado de la edicion Nº307 de la revista Dinero)
hacía referencia a la necesidad de hacer compatible el sistema económico con el sistema social y ecológico. Hablaba de lo imperativo que resulta en este tiempo de calentamiento global, el fortalecimiento de las relaciones economía vs. desarrollo mundial y personas vs. naturaleza, permitiendo que esta última deje de ser "pieza de mercado" y recobre el valor que tiene para la existencia de los hombres.Dichos apuntes van directo a un tema que se ha venido tratando de tiempo atrás: el renombrado "Protocolo de Kyoto" y demás mecanismos creados en el marco de las Naciones Unidas como reacción al cambio climático y en pro de una reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero.Este Protocolo, ratificado por 166 países, se ha convertido en moda, preocupación y directriz, en ministerios e instituciones. El mismo incluye disposiciones complementarias a la reducción de aquellos fluidos que hacen más caliente la tierra, tales como: el comercio de emisiones, el establecimiento de mecanismos para el desarrollo limpio y la aplicación conjunta de programas por parte de naciones industrializadas.El Comercio de Emisiones es una compraventa de emisiones de gases efecto invernadero entre países que tengan objetivos establecidos en el Protocolo. Así, los que disminuyen sus emisiones más allá de lo pactado, pueden vender los certificados de emisiones de excedentes a los países que no hayan alcanzado a cumplir con sus metas de reducción. Por su parte, el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), permite que países o empresas de países industrializados inviertan en proyectos de comprobada reducción de emisiones en naciones en desarrollo, recibiendo a cambio certificados que les servirán como suplemento ante la falta de reducciones internas. Y mediante la Aplicación Conjunta, un país industrializado invierte en otro país industrializado en la ejecución de un proyecto encaminado a reducir las emisiones de gases.Hasta ahí todo pareciera beneficios. No obstante, y por fortuna diría yo, son cada vez más altas las voces que claman por una solución verdadera que resuelva de manera significativa la situación que vivimos como producto de la contaminación ambiental. Si bien cada país ha venido trabajando en el cumplimiento de sus compromisos, solo unos pocos han establecido sus metas en términos de reducción, en tanto la mayoría de naciones industrializadas y grandes contaminantes se han sumado a la iniciativa a través de la compra de bonos. Esto ha llevado a muchos a pensar en el comercio de emisiones como una manera terrible e ineficiente de enfrentar uno de los grandes problemas que aquejan la calidad de vida, el bienestar y el progreso de las comunidades.Y es que es evidente que el comercio de derechos de emisión no reduce por sí mismo la presencia de gases contaminantes en la atmósfera. Por el contrario, diluye la obligación de los países industrializados de aportar a la construcción de un mejor entorno para todos. No estimula la inversión en tecnología verde, ni la adopción de procesos productivos limpios por parte de los responsables de esta situación. Una tarea que, de ser asumida por los países industrializados, se haría, a mi modo de ver, más eficiente y rápida.Todo ello, en tanto las comunidades eco-amigables permanecen olvidadas, padeciendo los efectos de quienes no desean detener ahora mismo el deterioro del planeta. Porque hay que decirlo: lo que se hace allá, repercute acá, sin importar que Colombia sea una potencia mundial en biodiversidad y una de las naciones con los más bajos índices de emisión de gases efecto invernadero. Con todo esto, no quiero desconocer lo meritorio que ha sido para Colombia y terceros países, el haber acogido el Protocolo de Kyoto. En nuestro caso, ha servido para dar marcha a proyectos de MDL y ha jalonado una cultura pro-ambientalista con beneficios para el ecosistema y los seres vivos en general.Sin embargo, esto no alcanza a mitigar el impacto del cambio climático global en el ecosistema, siendo necesario asegurarnos de que quien invierta aquí, disminuya en la misma proporción el impacto de sus actividades productivas en su propio país. De lo contrario, estaríamos incentivando el "NO COMPROMISO" de los países más ricos, responsables principales del calentamiento, a costa de las naciones menos desarrolladas que, paradójicamente, aunque contribuyen marginalmente al deterioro del entorno, padecerán las peores consecuencias. Porque no es justo que, haciendo una mayor contribución al supuesto "equilibrio" del planeta, los países en desarrollo sacrifiquen el derecho a su propia evolución. Desequilibrado. ¿No les parece?
hacía referencia a la necesidad de hacer compatible el sistema económico con el sistema social y ecológico. Hablaba de lo imperativo que resulta en este tiempo de calentamiento global, el fortalecimiento de las relaciones economía vs. desarrollo mundial y personas vs. naturaleza, permitiendo que esta última deje de ser "pieza de mercado" y recobre el valor que tiene para la existencia de los hombres.Dichos apuntes van directo a un tema que se ha venido tratando de tiempo atrás: el renombrado "Protocolo de Kyoto" y demás mecanismos creados en el marco de las Naciones Unidas como reacción al cambio climático y en pro de una reducción de las emisiones de gases con efecto invernadero.Este Protocolo, ratificado por 166 países, se ha convertido en moda, preocupación y directriz, en ministerios e instituciones. El mismo incluye disposiciones complementarias a la reducción de aquellos fluidos que hacen más caliente la tierra, tales como: el comercio de emisiones, el establecimiento de mecanismos para el desarrollo limpio y la aplicación conjunta de programas por parte de naciones industrializadas.El Comercio de Emisiones es una compraventa de emisiones de gases efecto invernadero entre países que tengan objetivos establecidos en el Protocolo. Así, los que disminuyen sus emisiones más allá de lo pactado, pueden vender los certificados de emisiones de excedentes a los países que no hayan alcanzado a cumplir con sus metas de reducción. Por su parte, el Mecanismo de Desarrollo Limpio (MDL), permite que países o empresas de países industrializados inviertan en proyectos de comprobada reducción de emisiones en naciones en desarrollo, recibiendo a cambio certificados que les servirán como suplemento ante la falta de reducciones internas. Y mediante la Aplicación Conjunta, un país industrializado invierte en otro país industrializado en la ejecución de un proyecto encaminado a reducir las emisiones de gases.Hasta ahí todo pareciera beneficios. No obstante, y por fortuna diría yo, son cada vez más altas las voces que claman por una solución verdadera que resuelva de manera significativa la situación que vivimos como producto de la contaminación ambiental. Si bien cada país ha venido trabajando en el cumplimiento de sus compromisos, solo unos pocos han establecido sus metas en términos de reducción, en tanto la mayoría de naciones industrializadas y grandes contaminantes se han sumado a la iniciativa a través de la compra de bonos. Esto ha llevado a muchos a pensar en el comercio de emisiones como una manera terrible e ineficiente de enfrentar uno de los grandes problemas que aquejan la calidad de vida, el bienestar y el progreso de las comunidades.Y es que es evidente que el comercio de derechos de emisión no reduce por sí mismo la presencia de gases contaminantes en la atmósfera. Por el contrario, diluye la obligación de los países industrializados de aportar a la construcción de un mejor entorno para todos. No estimula la inversión en tecnología verde, ni la adopción de procesos productivos limpios por parte de los responsables de esta situación. Una tarea que, de ser asumida por los países industrializados, se haría, a mi modo de ver, más eficiente y rápida.Todo ello, en tanto las comunidades eco-amigables permanecen olvidadas, padeciendo los efectos de quienes no desean detener ahora mismo el deterioro del planeta. Porque hay que decirlo: lo que se hace allá, repercute acá, sin importar que Colombia sea una potencia mundial en biodiversidad y una de las naciones con los más bajos índices de emisión de gases efecto invernadero. Con todo esto, no quiero desconocer lo meritorio que ha sido para Colombia y terceros países, el haber acogido el Protocolo de Kyoto. En nuestro caso, ha servido para dar marcha a proyectos de MDL y ha jalonado una cultura pro-ambientalista con beneficios para el ecosistema y los seres vivos en general.Sin embargo, esto no alcanza a mitigar el impacto del cambio climático global en el ecosistema, siendo necesario asegurarnos de que quien invierta aquí, disminuya en la misma proporción el impacto de sus actividades productivas en su propio país. De lo contrario, estaríamos incentivando el "NO COMPROMISO" de los países más ricos, responsables principales del calentamiento, a costa de las naciones menos desarrolladas que, paradójicamente, aunque contribuyen marginalmente al deterioro del entorno, padecerán las peores consecuencias. Porque no es justo que, haciendo una mayor contribución al supuesto "equilibrio" del planeta, los países en desarrollo sacrifiquen el derecho a su propia evolución. Desequilibrado. ¿No les parece?
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- Gilberto Alvarez Mejia
- Posgrados en Gerencia Institucional, Docencia Universitaria, Alta Gerencia. Asesor y consultor en capaciatcion empresarial